Hoy ha sido un día muy emotivo. Marta, una madre, trabajadora de Mater y mujer guerrera, nos ha contado su triste y al mismo tiempo bella historia como madre de un niño con discapacidad. Con la edad de 23 años se quedó embarazada de un niño, tanto ella como su marido estaban muy ilusionados, pero sin saber porque, ella ya sospechaba que su hijo tendría alguna discapacidad. Por desgracia nadie creía lo que ella decía y le costó muchísimo demostrar lo que pensaba. A los 18 meses de nacer le pusieron un vacuna y Marta notaba que después de esta el bebé dormía mucho, no se le aguantaba la cabeza y llegó a tener una afección neuronal que lo dejaba en estado vegetativo. Marta nos ha contado que pasó por distintas fases entre ellas la de negación, ira y por último la de aceptación, por otra parte, su marido se quedó en la negación y no llegó a superarlo. Le dieron seis años de esperanza de vida para su hijo y durante muchos meses se produjeron muchos ingresos en la UCI. A partir de los 20 meses, más o menos, es cuando Marta empieza a disfrutar de ser madre e intenta buscar lo positivo de todo lo que había pasado.
Llegó el momento de escolarizar a su hijo y fue una decisión muy difícil, porque Marta era consciente de que su hijo necesitaba mucha atención y que los centros ordinarios, en aquellos momentos y por desgracia actualmente, no estaban preparados para poder atender según qué necesidades. Por eso decidió llevar su hijo a Mater Misericordiae.
Nosotros hemos entendido perfectamente su decisión pero yo como futura maestra de apoyo me deprime ver que una madre y su hijo no tienen opciones, ni apoyo suficiente como para poder integrar correctamente a su hijo dentro de un centro ordinario.
El gobierno dice que todos los niños tienen el derecho de ir a un centro ordinario siempre que puedan, el hijo de Marta podía ir y hubiera podido ir, si realmente los centros estuvieran correctamente equipados. Es necesario, y no solo para niños con discapacidad, que en las aulas haya dos maestros como mínimo, que la dinámica o metodología de los centros promueva actividades en las cuales todos los niños del aula según sus capacidades puedan participar y ayudar. Marta no pedía, ni necesitaba nada de otro mundo.
Todavía nos queda un gran camino en cierta parte de lucha, para poder llegar a una
escuela justa y sobretodo inclusiva donde se entienda que el problema no reside en
el alumno sino en el contexto, puesto que el hijo de Marta pudo estar escolarizado en un centro que si tenía un contexto que promoviera lo que necesitaba su hijo y otros muchos niños.
Finalmente un día su hijo se fue para no volver, aunque fue un momento muy triste y duro para Marta, ella nos da toda una lección de vida, su hijo vino para darle una experiencia y unos conocimientos que sin él nunca hubiera podido aprender.
Con historias como estas podemos ver de más cerca la importancia de nuestro
trabajo y que el camino es largo y hay mucha falta de conciencia.
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